Azacarias terminó no sabe muy bien cómo en la antesala del dictador Martin Ranillas, detrás de unas gruesas cortinas rojas envejecidas y tristes
El dictador se dirgía suplicante y en confesión al arzobispo de Piracotengo:
- Padresito, yo no quiero ser malo, el malo lo es mi hermano y chulapo y duro de corazón, pero yo soy bueno padresito, yo no quiero ser dictador.
El arzobispo lo miraba con cierta sorna y le reprendió con estas palabras:
-Mira Ranillas, tú no entiendes nada, dices arrepentirte pero sigues en el pecado y la ponzoña.
- Padresito me atemoriza su excelencia, yo no quiero estos castigos terribles que Ud. predica para los políticos como los españoles y sus leyes marranas, yo quiero su perdón y su bendición.
El arzobispo, que mojaba su mojicón en el espeso chocalate servido por la negra Juana, de la que las malas lenguas decían que había sido bruja y hechizadora, vió con desagrado como una gruesa gota caía en las sedas de su capisallo.
- Ranillas, tú lo confundes todo, confundes el pecado, la dictadura, y todo porque estás encerrado en tí mismo. Mira a tus hermanos del mundo, mira como Vladimir, sin dejar de ser dictador, se ha liberado del yugo del comunismo que le aprisionaba, ¿y tus hermanos los chinos? De igual manera. Tú eres pecador por comunista y no por dictador.
Ranillas miraba perplejo al Santo Hombre y volvió a preguntarle:
- Entonces Padresito, ¿puedo seguir encarcelando a los que piensas distinto, prohibiendo determinadas lecturas, persiguiendo a los que se dicen librepensadores, y en una palabra, puedo seguir con mis corruptelas, mis ganancias y mi poder?
- Pues claro bobo del demonio, te repito, ¿tú crees que Occidente persigue a corruptos y dictadores? Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.
- Gracias padresito, qué mente tiene Ud. y cómo comprende al poder. Es Ud. un sabio, un príncipe de la política. Seguiré su consejo y dejaré de ser comunista, que parece ser que eso ya no se lleva, y que además es muy malo.
El arzobispo, que hacía ya tiempo que se acabó el mojicón, deseaba ya marcharse y dejar de oir la voz atiplada y chillona de Ranillas. Decidió despedirse pero no sin antes hacerle una última recomendación a su feligrés.
- Ranillas, no te olvides del mantenimiento de la Iglesia, ni te olvides consultarme en todas aquellas decisiones de interés para el pueblo. Tú has estado muy desviado y necesitas mucha penitencia.
Azacarías, que se había quedado dormido detrás de las cortinas, salió corriendo cuando lo despertó el suave pero firme sonido de las zapatillas Prada del Arzobispo alejándose por el pasillo.
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